Por Mª del Pilar Aparicio Flores
Doctora en Investigación Educativa
Profesora Ayudante Doctora del Departamento de
Didáctica General y Didácticas Específicas,
Universidad de Alicante (España)
El avance de la investigación científica en el campo de la educación contempla cómo de necesario es el desarrollo tanto de competencias técnicas como de habilidades blandas, más conocidas como soft skills. Estas últimas se entienden como características personales basadas en liderazgo y autoconfianza, así como en una conducta resiliente, motivadora, autónoma, y resolutiva.
El beneficio en el desarrollo de estas habilidades no solo recae en la práctica profesional, sino en el mantenimiento y avance de la misma, así como en el éxito social y emocional del sujeto. A este respecto, es necesario fomentar desde edades tempranas el pensamiento crítico y el espíritu emprendedor.
Ciertos aspectos de la personalidad se adquieren por medio de la socialización primaria, es decir, desde el ámbito familiar. No obstante, es el entorno escolar, social y cultural el que moldea estos elementos, teniendo en cuenta la interrelación compartida de pensamientos, acciones y objetivos comunes. De ahí, la importancia que tiene la escuela no solo en la transmisión de conocimiento, sino en el fomento de valores y en el desarrollo de una personalidad activa. Es decir, la misión de la institución escolar ya no es tanto dotar de múltiples conocimientos sino de habilidades de análisis, juicios y toma de decisiones que logren la autonomía intelectual del o de la estudiante y el desarrollo de un pensamiento crítico. Esta agudeza mental, razonamiento y resolución de conflictos desarrolladas desde el pensamiento crítico permiten conectar con la capacidad estratégica y el espíritu emprendedor.
El emprendedurismo es un gran impulsor en el avance social, cultural y económico, y hemos de ser conscientes tanto padres, madres como profesionales del ámbito de la psicología y la educación, de las consecuencias tanto internas como externas a la persona que puede acarrear su estímulo o su contención.
Permitamos dotar de estas habilidades tanto a niños como adolescentes, cultivando esa autonomía y agudeza mental desde espacios colaborativos y no competitivos. Y, el arte, en este sentido, es el que puede servir de vía para conseguirlo. La educación artística permite activar el pensamiento crítico por la necesidad de análisis y reflexión, resolución de problemas, y fomento de la creatividad. Y, esta última, a su vez, libera viejos patrones de pensamiento y permite adoptar nuevas vías de reflexión y acción.
Dotemos, por tanto, de conocimiento, pensamiento y creatividad a la futura sociedad.
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